miércoles, 6 de abril de 2011

Echada en el suelo de aquella fina y lujuriosa playa, le dejaba ver sus piernas al sol; aún estaban blancas, pues el verano no había llegado y a penas las iluminaban unos tímidos rayos de sol. De vez en cuando se sentía molesta y apretaba con fuerza los ojos, pues notaba cómo allí sola, en esa desnuda playa, segundo tras segundo la imaginación la iba quemando. 

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